La cocina es naranja
La cocina es naranja.
Aquí se confunden la felicidad y la vida.
La luz construye espejismos serenos
que se encierran en instantes infinitos.
Mi abuela come sandía.
Pipas morenas se arriesgan en su boca,
fecundan su garganta
y encienden la voz de su pasado.
Las insatisfacciones que cercenan sus manos
se amedrentan a cada bocado.
El polvo dormido en sus uñas
se endulza y diluye, sus dedos se espesan
mientras los ojos se evaden.
Aquellas semillas que sembró su padre,
sin saber quién habría de recoger el fruto
alimentado por la tierra; él no halló la suerte.
Un traje fresco, salpicado de luto incorruptible
entre flores blancas envuelve su cuerpo,
cansado y sorbido en una fuerza constante,
capaz de criar y amamantar a base de cordura.
Sensatez analfabeta.
Desconoce con certeza las palabras,
disloca las letras, la entristece su ignorancia,
aprendió a empuñar la cuchara demasiados años antes que el lápiz,
a asumir la esclavitud con más firmeza que la dignidad.
Su humanidad, adscrita a su alma arrodillada
ha nutrido de consuelo mi infancia.
Su sudor fuera del tiempo aún traza
el recorrido onírico de cualquier futuro incierto.
La cocina es naranja, y lo es aún más cada verano.
El agua fresca aclimata la mesa,
el pan desaparece despacio, arrancado a pedazos.
Tras la ventana, acaricia la mirada
el paisaje de un pequeño patio,
enaltecido y escaso.
Arruga el cielo un toldo ajado,
que abriga del sol vetusto a una
diminuta selva encarcelada en tiestos de barro.
Las golondrinas conversan sobre los alambres.
Sueñan la lluvia.
Parece como si hablasen riendo.
Ese cosquilleo en el paladar
enhebra un laberinto de abstracciones ambiguas.
Ese mordisco del tiempo,
esa paz inerte,
los brazos sobre la mesa,
la vida en la lengua,
el sabor que ya no encuentro.
Un lugar en el tiempo para salvar del tiempo.
Aquí se confunden la felicidad y la vida.
La luz construye espejismos serenos
que se encierran en instantes infinitos.
Mi abuela come sandía.
Pipas morenas se arriesgan en su boca,
fecundan su garganta
y encienden la voz de su pasado.
Las insatisfacciones que cercenan sus manos
se amedrentan a cada bocado.
El polvo dormido en sus uñas
se endulza y diluye, sus dedos se espesan
mientras los ojos se evaden.
Aquellas semillas que sembró su padre,
sin saber quién habría de recoger el fruto
alimentado por la tierra; él no halló la suerte.
Un traje fresco, salpicado de luto incorruptible
entre flores blancas envuelve su cuerpo,
cansado y sorbido en una fuerza constante,
capaz de criar y amamantar a base de cordura.
Sensatez analfabeta.
Desconoce con certeza las palabras,
disloca las letras, la entristece su ignorancia,
aprendió a empuñar la cuchara demasiados años antes que el lápiz,
a asumir la esclavitud con más firmeza que la dignidad.
Su humanidad, adscrita a su alma arrodillada
ha nutrido de consuelo mi infancia.
Su sudor fuera del tiempo aún traza
el recorrido onírico de cualquier futuro incierto.
La cocina es naranja, y lo es aún más cada verano.
El agua fresca aclimata la mesa,
el pan desaparece despacio, arrancado a pedazos.
Tras la ventana, acaricia la mirada
el paisaje de un pequeño patio,
enaltecido y escaso.
Arruga el cielo un toldo ajado,
que abriga del sol vetusto a una
diminuta selva encarcelada en tiestos de barro.
Las golondrinas conversan sobre los alambres.
Sueñan la lluvia.
Parece como si hablasen riendo.
Ese cosquilleo en el paladar
enhebra un laberinto de abstracciones ambiguas.
Ese mordisco del tiempo,
esa paz inerte,
los brazos sobre la mesa,
la vida en la lengua,
el sabor que ya no encuentro.
Un lugar en el tiempo para salvar del tiempo.
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Sandías, Rufino Tamayo 'Es más pictórico extraer de un color todas sus posibilidades, que emplear una variedad ilimitada de pigmentos' |
Tus escritos mueven el alma, nunca dejan indiferente a la emoción.
ResponderEliminarUsas el léxico como un buen pintor el pincel, puedes ver a través de las imágenes todo lo que se describe.
Está además escrito con mucha ternura y hondura.
Me ha encantado.