Nuestras hormigas
Ando pensando en nuestras hormigas. Ellas siguen allí, desmigajando las paredes, herederas del silencio, dichosas espectadoras de nuestra eternidad. Las imagino horadando azulejos verdes, tomando el patio en una especie de conquista en la que se ha premiado la perseverancia. No obstante, confío en que nos echen de menos. Fueron años de abundancia: de migajas de magdalena bajo las naguas, de aguaceros de alpiste, huellas de café y azúcar, semillas de melón que caminaban con sigilo hasta los rincones. Hemos convivido en una contienda de mutua tolerancia. Jamás se asomaron a las habitaciones, salvo por alguna intrépida sumida en el despiste o cargada por una curiosidad comprensible. Muy de vez en cuando, nos dejamos sorprender por sus peregrinajes exploratorios, al percibir el confuso cosquilleo de sus diminutos pasos enredados en el vello de los brazos. ¿Qué harán ahora que la casa duerme? Ahora que nadie abre las puertas para que el sol se ad