La espesa costumbre

Entre mis manos guardo
una espesa costumbre, 
como un trozo de sombra
-cálida, frugal, herida-
que se desprende del aire y 
atraviesa los cuerpos y las voces.

Apenas me rozó la vida,
comenzó a inundarme la memoria,
a abrazarme los recuerdos,
a irrigarme la sangre de nostalgia desmedida.
No comprendo mi consciencia sin su anhelo; 
sin su pasado obstinado,
matriz serena de cualquier signo de cordura.

He mirado siempre con un millón de ojos
a cada segmento abundante,
tratando de arrastrar con la boca las palabras,
resecas y azuladas,
como cicatrices en los labios,
tendidas en la puerta de mi casa,
sorbidas frente al impacto de lo externo,
rendidas ante la cauta condena 
de alimentarme los huesos
con el silencio de sus pasos;
caminando más allá 
de mi percepción saciada,
misteriosamente hendida 
en mi garganta.

Quizás no pueda romper la voz.
Tal vez no encuentre la fuerza 
para alzar el verbo al vuelo,
para comprometerme, 
desahogarme y desenterrarme,
 letra a letra.

Serás entonces humo enamorado,
-doblado en mis pulmones, 
sustancia deshecha de mi cuerpo-.
Serás como la niebla espesa,
-sosegado destino, 
dimensión discreta 
de la belleza dormida del aire-.
Te me pierdes en los dedos 
antes de soñar tocarte.
Te me arrugas en la lengua.


El abrazo, Oswaldo Guayasamin






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