El Higo I
Vacila en el aire,
acorralada de espuma de nube,
en una vibración constante que adormece el vuelo,
como si a sus alas de papel traslúcido
únicamente les bastase silbar para mantener el equilibrio.
La avispa persevera en el arrullo, en la sincrónica danza que la eleva
y la hace descender sin agonía, imantada por efluvios terrenales
que la encadenan a su hábito innato.
La llaman las flores, y ella responde.
La de la higuera no es una flor cualquiera.
Ya germinan sus brotes
arrastrando el enredo dulce de sus frutos,
imaginando el desenlace
de la intriga que se consume en primavera.
Aguarda evocando el delgado cosquilleo del insecto,
surcando tenuemente el áspero tejido de su cuerpo.
Inquieta y persuadida de anhelo,
enardecida, huida en el pensamiento, en la caricia, en el encuentro.
Cuando la avispa se acerca,
la higuera esboza criaturas, órbitas que planean delineando los susurros.
Sus raíces se conmueven, enflaquecen y agarran la tierra, extenuadas,
sorbidas de placer y de agonía.
Se asienta el insecto, prisionero de su instinto incauto.
Gime la flor cautiva, raída por la incisión certera del amante,
que profundiza a través de la hendidura,
impregnado de azúcar y presentimiento,
empujando sin consciencia hacia la muerte.
El sueño de la flor se desenreda -afectuoso, sensible, tierno, apasionado-,
-incontenible, insaciable, ambicioso-,
en un abrazo letal que sosiega el llanto sereno de la avispa.
Lentamente, entumece su libertad ingenua,
y la despoja del polvo fértil que la hizo esclava.
Se agota su luz, se diluye su vuelo.
El higo madura,
encerrando un crimen
acorralada de espuma de nube,
en una vibración constante que adormece el vuelo,
como si a sus alas de papel traslúcido
únicamente les bastase silbar para mantener el equilibrio.
La avispa persevera en el arrullo, en la sincrónica danza que la eleva
y la hace descender sin agonía, imantada por efluvios terrenales
que la encadenan a su hábito innato.
La llaman las flores, y ella responde.
La de la higuera no es una flor cualquiera.
Ya germinan sus brotes
arrastrando el enredo dulce de sus frutos,
imaginando el desenlace
de la intriga que se consume en primavera.
Aguarda evocando el delgado cosquilleo del insecto,
surcando tenuemente el áspero tejido de su cuerpo.
Inquieta y persuadida de anhelo,
enardecida, huida en el pensamiento, en la caricia, en el encuentro.
Cuando la avispa se acerca,
la higuera esboza criaturas, órbitas que planean delineando los susurros.
Sus raíces se conmueven, enflaquecen y agarran la tierra, extenuadas,
sorbidas de placer y de agonía.
Se asienta el insecto, prisionero de su instinto incauto.
Gime la flor cautiva, raída por la incisión certera del amante,
que profundiza a través de la hendidura,
impregnado de azúcar y presentimiento,
empujando sin consciencia hacia la muerte.
El sueño de la flor se desenreda -afectuoso, sensible, tierno, apasionado-,
-incontenible, insaciable, ambicioso-,
en un abrazo letal que sosiega el llanto sereno de la avispa.
Lentamente, entumece su libertad ingenua,
y la despoja del polvo fértil que la hizo esclava.
Se agota su luz, se diluye su vuelo.
El higo madura,
encerrando un crimen
en el centro de su cuerpo.
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Higos, Nina R. Aide |
Para los que los que los que practicamos con frecuencia el placer de la lectura, nos quedamos gratamente sobrecogidos por encontrarnos con este tipo de relato.
ResponderEliminarCuesta hoy día encontrar poemas, narrativa...que podamos llevarnos al alma y disfrutar leyendo y releyendo este tipo de relato que se debe catalogar de..
MÁGICO.